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38. CONMUEVE LAS CONCIENCIAS

Cuando comenzó las misiones, tenía cerca de 30 años, una constitución sana y muy robusta, una inspiración poética y una actividad inagotable, una profunda preparación teológica y, sobre todo, un fuego de caridad que se alimentaba cada mañana en la celebración de la Eucaristía.

Montfort tenía todas las cualidades de un misionero: ardiente, elocuente, piadoso, lleno de ingenio. Las gentes humildes recorrían gustosas hasta cuarenta leguas –cerca de 160 kilómetros– para ir a escucharlo.

Tenía tal ascendiente sobre las multitudes que éstas se sometían a sus exhortaciones. Sus sermones eran tan conmovedores que el auditorio prorrumpía con frecuencia en sollozos.

Entonces el predicador se veía obligado a detenerse.

– Hijitos míos muy amados –les decía– no lloren, que con su llanto me impiden hablar y si no me contengo, también yo tendré que llorar como Uds.

Ninguno pudo resistir a su impulso arrollador. Bandas de gentes armadas, terror de la comarca, se volvían dóciles como niños y en procesión rezaban el rosario y cantaban himnos sagrados.

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