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31. CONTRACORRIENTE, SIN TEMOR ALGUNO

Su amor a Dios no podía tolerar pecados ni escándalos. Por Dios, sabía también actuar, si las circunstancias lo exigían.

Cierto día encontró en una plaza pública a dos jóvenes que, con la espada desenvainada, los ojos ardiendo en fuego, se hallaban a punto de lanzarse el uno sobre el otro.

Inmediatamente tomó el crucifijo y se colocó entre ellos, conjurándolos a pensar en Dios a quien ultrajaban y en su alma que estaban a punto de perder. Aturdidos, los duelistas retroceden, lo escuchan turbados y, por último, se perdonan mutuamente y se retiran en paz.

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