46. UN ENEMIGO IMPLACABLE

En la misma parroquia de La Cheze, quiso Montfort reedificar una antigua capilla de la Virgen. San Vicente Ferrer había predicho, trescientos años antes, que la restauraría «un hombre que sería muy contrariado y escarnecido».
A la invitación del misionero, las multitudes acudieron con entusiasmo desbordado y, al canto de himnos sagrados, trabajaron con tanto empeño que en corto tiempo la capilla quedó reconstruida. Se organizó en seguida una gran procesión para entronizar la imagen de la Virgen de los Dolores.
Según la tradición de las gentes de la localidad, en los trabajos tomaron parte gentes de veinte a treinta parroquias vecinas que formaban una fila de ocho kilómetros de personas, alineadas de cinco en cinco. Montfort lo organizó todo con orden admirable y, Dios, para ayudarlo, permitió que el misionero apareciera al mismo tiempo en los dos extremos de la procesión. Desplegó luego a la multitud sobre una gran llanura e iba a comenzar a hablar, cuando una inmensa nube apareció en el cielo y preocupó a los oyentes.
– Quédense tranquilos –les dijo el misionero– es una artimaña de Satanás, que quiere echar a perder una fiesta tan hermosa. No caerá ni una gota de agua, se lo aseguro, y el sol volverá dentro de poco a brillar en todo su esplendor.
Al momento, la nube desapareció como por encanto.