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32. CONTRA LA PRENSA DEPRAVADA

Las calles de la capital eran en aquellos días menos bulliciosas que en la actualidad. La voz de los juglares lograba dominar el ruido de los coches; las gentes los escuchaban con gran curiosidad y se amontonaban en torno a ellos. Desgraciadamente su repertorio era poco recomendable y con frecuencia incluso, ultrajante y obsceno. Lo vendían, además, al público, inundando con ello todo el vecindario.

Montfort se sentía morir ante semejante escándalo. Más de una vez, se acercó a los cantantes, les compró todas las colecciones de canciones y las rompió en su presencia, mientras les dirigía palabras de reprobación.

Otro tanto hacía con los vendedores de libros malos, afirmando que se sentía feliz cuando podía impedir o por lo menos retardar que se cometiera algún pecado.

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