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88. EL BASTÓN EMPEÑADO

Privado de todo, como de costumbre, llegó cierto día a La Rochelle, donde se vio obligado a alojarse en una pequeña pensión, junto con el Hermano Maturín. Sentados a la mesa, su honesto compañero le preguntó:

– Padre mío, ¿quién va a pagar por nosotros cuando nos vayamos?

– No te preocupes, hijo mío, la Providencia proveerá.

A la mañana siguiente, Montfort llamó a su cuarto al dueño del albergue y le pidió la cuenta. Eran doce sueldos.

– No tengo dinero, dijo el viajero, pero le dejo empeñado mi bastón; pronto le enviaré lo que le debo.

El dueño del albergue aceptó. El misionero, por su parte, no sabía siquiera cómo podría pagar la deuda, pero tenía confianza en la Providencia. Dio las gracias cortésmente y se dirigió al hospital, donde celebró la Eucaristía. Una señora, maravillada de su devoción, le hizo una ofrenda.

Con ella saldó la cuenta del albergue y pudo recuperar su bastón de caminante.

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