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136. «¡SÍGANME!»  

Montfort comienza por recoger víveres. Pero no es suficiente. El hombre de Dios busca marineros. Les hace presente que sus conciudadanos y amigos, quizá parientes, están a punto de perecer y que no pueden –ellos que saben manejar los remos– dejarlos desamparados.

– ¡Pongan su confianza en Dios!, ¡Uds. no van a perecer!, se lo aseguro. ¡Síganme!

Y salta a una de las pocas barcas que el río ha respetado.

Tanta seguridad arrastra a los más tímidos. Se embarcan las provisiones. Los lobos de mar toman los remos y bogan con mil precauciones tras la barca del misionero.

Toda la ciudad se halla en el muelle y sigue angustiada los movimientos de la «flotilla», a veces inmóvil contra la corriente, a veces llevada desde el fondo del vórtice hasta la cresta de las olas en una horrible danza tempestuosa.  

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