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137. ¡TODOS A SALVO!

       Atraviesan los puntos peligrosos y, después de mil peripecias, se acercan a las casas en peligro. Se trata de descargar las provisiones. Las lanzan inmediatamente a través de los tragaluces de los techos: panes y carne con sal. Luego, cambian de rumbo para volver al punto de partida. Hay que atravesar de nuevo la zona de los vórtices y exponerse a las ráfagas, que levantan a lo largo del río las olas en montañas agitadas.

Gracias a la sangre fría del misionero, que anima y dirige como un viejo capitán, todo termina bien. Pronto, hasta la última barca toca el muelle de embarque, donde la población, palpitante de gozo, saluda con una ovación al valeroso socorrista.

La tradición local afirma que la «barca de Montfort» prestó servicio durante 150 largos años más, hasta que la sustituyó un barco a vapor.

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