52. PRESENTIMIENTO

En otra ocasión todavía, los libertinos tramaron una intriga contra el santo misionero. Que debía dirigirse con un cohermano a casa de un escultor a quien había ordenado ciertos trabajos. Los conjurados sabían que debía pasar por cierta calle del lugar y se apostaron allí para caerle por sorpresa. Era pleno invierno y reinaba la oscuridad. Montfort, de ordinario tan seguro, sintió al entrar en esa calle que se le helaba la sangre en la venas y no logró dar un paso más, aunque su compañero le aseguraba que iban por buen camino.
Algún tiempo después, un amigo suyo oyó a dos individuos lamentarse de que Montfort se les hubiera escapado. Lo habían estado esperando esa tarde en una calle de La Rochelle, desde las siete hasta las once de la noche, para romperle la cabeza y mandar también al diablo a su discípulo, Maturín.