XI – FULGORES DE SANTIDAD
124. AMOR
Todos los santos han amado mucho al Señor. Pero Montfort se distingue entre todos por la sencillez y, al mismo tiempo, por la grandeza de su amor. Dios hecho hombre y muerto en la cruz, Dios presente en el tabernáculo, se convierte en objeto de todos sus pensamientos y afectos. «¡Sólo Dios!» era su lema.
Las frecuentes visitas a las iglesias, las largas oraciones ante el altar del Señor marcan su vida.
Experimenta una profunda pena cuando halla descuidada y en ruinas la casa de Dios.
En uno de sus cánticos, Montfort constata con tristeza:
«Suspiremos, gimamos, lloremos tristemente:
Cristo es abandonado en su gran Sacramento…,
la iglesia está olvidada y el altar expoliado…,
una hora en el templo parece un año entero…»