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SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONFORT

¿QUIEN ERES REALMENTE? 01

Viajero, ¿qué estás mirando?
Una antorcha apagada.
Un hombre consumido por el fuego de la caridad,
que se hizo todo para todos,
Luis María Grignion de Montfort.

PARA CONOCERLO

Luis María, desde niño, se había acostumbrado a acercarse a los mismos hombres de los que todos se alejaban: los pobres, los enfermos, los soldados, los que vivían abiertamente los vicios, los licenciosos y los descarriados de las peores especies; es decir, todos aquellos que la sociedad que se siente «honesta» pone en los rincones y rechaza como basura.
En las misiones populares, San Luis de Montfort, iba directo a ellos; parecía como si sólo existieran ellos. Por lo tanto, obtuvo grandes éxitos espirituales, pero, también, dificultades increíbles con los «bienpensantes» y los que se creían «buenos». Con ellos Luis no fue menos severo que Jesús, y le asestó tremendos golpes; de hecho, nada lo fastidiaba tanto como ese cristianismo de conveniencia que cada uno había creado para su mayor comodidad en la tierra. Dondequiera que Luis tocaba, todo se derretía como una máscara sucia. No actuaba por actuar o solo para cumplir pasivamente una regla o una tradición, por lo contrario, él llegaba, con todas sus fuerzas allí dónde tenía que llegar y la suya no parecía fuerza, sino que parecía violencia. Él llevaba en las misiones su fuego y los tibios sentían como de estar siendo quemados vivos. San Luis se basaba en la sin medida de Dios, en lo absoluto en toda circunstancia; y todas las medidas humanas le parecían ser juguetes de gente perezosa y burla de cobardes.
Lo que había en las misiones de mero entretenimiento, él lo revitalizaba hasta el punto de impactar en lo más profundo de la conciencia. De hecho, no era un hombre que se entregaba a la teatralidad y a las representaciones exteriores. San Luis, de facto huya la religión hecha de exterioridad.
El espectáculo debía ser para él la expresión de algo de nuevo, de una redención, de una recuperación. Todos los testigos están de acuerdo informar el inmenso cuidado que Luis tuvo en relación a las procesiones, adoraciones, cantos, es decir, todo lo que eran los momentos exteriores de las misiones.

(Cf. don Giuseppe De Luca, Luigi Maria Grignion da Montfort, Saggio biografico, Roma, 1985)

LA PALABRA NOS GUÍA

Escuchen la Palabra del Señor
del Evangelio según Lucas (12,49-53)

MEDITEMOS
                                                                  DEL SALMO 39 (38)
2Yo pensé: «Voy a vigilar mi proceder
para no excederme con la lengua;
le pondré una mordaza a mi boca,
mientras tenga delante al malvado».

4El corazón me ardía en el pecho
 y a fuerza de pensar, el fuego se inflamaba,
¡hasta que al fin tuve que hablar!

5Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis días
para que comprenda lo frágil que soy:

6no me diste más que un palmo de vida,
y mi existencia es como nada ante ti.
Ahí está el hombre: es tan sólo un soplo,

13Escucha, Señor, mi oración;
presta oído a mi clamor;
no seas insensible a mi llanto,
porque soy un huésped en tu casa,
un peregrino, lo mismo que mis padres.

14No me mires con enojo,
para que pueda alegrarme,
antes que me vaya y ya no exista más.

HOY PARA MÍ

Los contemporáneos de San Luis, así como también el autor del epígrafe en la piedra tumbal, utilizaron el símbolo del fuego, de la llama, para resumir su vida y su obra.
Y es cierto que, si el fuego calienta, recoge, ilumina, transforma los alimentos, en cambio con su fuerza es también devastador, impredecible, incontenible, destructivo.
De hecho, lo que Jesús dice de sí mismo manifiesta eso: el deseo de encender el fuego de la caridad en la tierra, por un lado, y, por otro, la conciencia de que su presencia, sus palabras, sus gestos traerán división.
San Luis de Montfort experimentó todo eso y se percibió como un hombre de contradicción con su Palabra y con sus gestos. Bien lo expresa en la carta a su queridísima hermana Luisa (L n. 26):

«…Todo el que me defiende o se declara en mi favor, tiene que sufrir por ello y a veces caer bajo la furia del infierno, a quien combato; del mundo, a quien contradigo; de la carne, a la que persigo. Un enjambre de pecadores y pecadoras a quienes ataco no me da tregua ni a mí ni a los míos.

Siempre alerta, siempre sobre espinas, siempre sobre guijarros afilados, me encuentro como una pelota en juego: tan pronto la arrojan de un lado, ya la rechazan del otro, golpeándola con violencia. Es el destino de este pobre pecador. Así estoy, sin tregua ni descanso, desde hace trece años, cuando salí de San Sulpicio.

No obstante, querida hermana, bendice al Señor por mí. Pues me siento feliz en medio de mis sufrimientos, y no creo que haya nada en el mundo tan dulce para mí como la cruz más amarga, siempre que venga empapada en la sangre de Jesús crucificado y en la leche de su divina Madre.

Pero además de este gozo interior hay gran provecho en llevar la cruz. ¡Cuánto quisiera que pudieras ver mis cruces! ¡Nunca he logrado mayor número de conversiones que después de los entredichos más crueles e injustos! …».

De hecho, San Luis está lleno de amor y del deseo que el fuego del puro amor estalle por todas partes. Cuando San Luis describe en el Tratado de la Verdadera devoción “los siervos, los esclavos, los hijos de María” podemos reconocer a él mismo, ver su autorretrato (VD n. 56):

«Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán fuego encendido, ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del amor divino. Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: “Como saetas en manos de un guerrero”. Serán hijos de Leví, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios. Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación. Serán en todas partes el “buen olor de Jesucristo” para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte».

Este autorretrato de San Luis de Montfort se convierte en bosquejo, indicación y compromiso para todos nosotros deseosos de seguirlo.

Él escribe en su oración, Suplica Ardiente (n. 17):

«¿Cuándo vendrá este diluvio de fuego de puro amor, que Tú debes enviar sobre toda la tierra, de manera tan dulce y vehemente, que todas las naciones –los turcos, los idólatras, los mismos judíos– se abrasarán en él y se convertirán? “Ninguna cosa escapa a su ardor”.

Que este fuego divino, que Jesucristo vino a traer a la tierra, se encienda, antes de que Tú enciendas el de tu cólera, que reducirá toda la tierra a cenizas. “Envía tu Espíritu y serán creadas las cosas, y renovarás la faz de la tierra”.

PREGUNTEMONOS

¿Conozco algún episodio de la vida de San Luis en que él vivió con pasión y celo?

¿Conozco alguna obra de San Luis que despierta en mí ardor y compromiso?

¿Que despierta en mi la imagen de la “llama” y del “fuego”?

RECEMOS CON SAN LUIS (Suplica Ardiente n. 28, 30)

Y por Ti, Dios soberano, aunque en servirte hay tanta gloria, tanta dulzura y provecho, ¿casi nadie tomará tu partido? ¿Casi ningún soldado se alistará bajo tus banderas? ¿Ningún San Miguel gritará de en medio de tus hermanos por el celo de tu gloria: “¿Quién como Dios?”

¡Ah! Permíteme ir gritando por todas partes: ¡Fuego, fuego, fuego! ¡Socorro, socorro, socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las almas! ¡Fuego en el santuario! ¡Socorro, que se asesina a nuestros hermanos! ¡Socorro, que se degüella a nuestros hijos! ¡Socorro, que se apuñala a nuestro padre!

¡Alzase Dios! ¡Se dispersan sus enemigos!”. “¡Despierta! ¿Por qué estás dormido, Señor? ¡Desperézate!” Levántate, Señor, en tu omnipotencia, tu misericordia y tu justicia, para formar una Compañía escogida de guardias personales que guarden tu casa, defiendan tu gloria y salven sus almas, a fin de que “no haya sino un rebaño y un pastor”, y que “todos te rindan gloria en tu templo”. Amén.

CENTRO DE COORDINAMIENTO DE LA ESPIRITUALIDAD MONFORTIANA
Via Villa Musone, 170 – 60025 Loreto (AN)

Coordinador: P. Efrem Assolari
Cell. +39 338 77 95 064
E-mail: effremo1955@libero.it
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