I – UN MISTERIOSO PEREGRINO
1. NO ES UN SIMPLE TURISTA
A mediados de mayo de 1706, tras un viaje a pie de 2.000 kilómetros, llegaba a Roma un joven sacerdote francés.
No era un turista ni llegaba a Roma por curiosidad. Viajaba como peregrino a la tumba de san Pedro y quería hablar con el Papa.
Se hacía llamar simplemente Montfort.
Pero retrocedamos un poco y sigámoslo en todas las peripecias de ese viaje. Parte de Francia a pie, como auténtico peregrino. Nada de carrozas, nada de andar a caballo. Por lo demás, no tenía con qué pagarse esos lujos. Y nada de equipaje. Sólo lleva consigo la Biblia, el Breviario, el crucifijo, el rosario, y una estatuilla de la Virgen que corona su bastón de caminante. Sus provisiones: una confianza absoluta en la divina Providencia.
Un estudiante español, que también camina a Roma, le pide que le admita como compañero. Tiene treinta monedas en el bolsillo.
Montfort lo juzga demasiado rico y lo obliga a regalar su dinero a los pobres, y a esperar sólo de la divina Providencia el sustento de cada día.