82. HUMILDE ENFERMERO
Entre tanto en el hospital de Poitiers se toleraban de mala gana las reformas introducidas para bien de todos. La persecución obligó al santo varón a partir de allí.
Se dirigió entonces a París y fue a alojarse entre los cinco mil pobres de la Salpetrière, tratando, según su propia expresión, «de hacerles vivir en Dios y morir a sí mismos».
Pero cuando vieron que este sacerdote forastero asumía incumbencias más comprometedoras, brindando a los enfermos los servicios más repugnantes, acudiendo al primer signo de llamada, siempre afable y sonriente en medio de las críticas y de las protestas, insensible a las amenazas y faltas de cortesía, su celo fue considerado por lo menos como inoportuno por aquellos que no se sentían con fuerzas para imitar su ejemplo.
Lo consideraron confusionista y aguafiestas, amigo de novedades y de llamar la atención. Y un día, cinco meses después de su llegada, al sentarse a la mesa, ¡encontró bajo sus cubiertos la orden de partir!