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69. UNA RIÑA DE SOLDADOS

Cierta tarde, pasando por una plaza de Nantes, vio el misionero a algunos soldados que peleaban con unos artesanos. Golpes de ciego y execrables blasfemias capaces de estremecer cielos y tierra, como refiere el mismo Montfort.

El misionero se acercó, se puso de rodillas, recitó un Avemaría, besó la tierra y poniéndose en pie se lanzó en medio de aquellos hombres enfurecidos, que se golpeaban cada vez con mayor ferocidad con piedras y palos, tratando de separarlos. Al conocer la causa del litigio, tomó la mesa de juego, la levantó en el aire y lanzándola contra el suelo la rompió en mil pedazos.

Era una mesa de juego de azar, que todos los días era motivo de disputas y palabras soeces.

Los artesanos, aunque más fuertes, se retiraron. Pero los militares, al ver su mesa hecha pedazos, se lanzaron como leones contra el misionero. Unos lo agarraron por el cabello, otros le arrancaron el manto y lo amenazaron con sus espadas, si no pagaba la mesa.

– ¿Cuánto vale?, preguntó el misionero.

– Cincuenta libras, le respondieron.

– Daría gustoso, les replicó, cincuenta mil millones de libras de oro, si las tuviera, y toda la sangre de mis venas para destruir todos estos juegos, ocasión detestable de disputas y blasfemias.

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