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67. REMONTANDO EL SENA EN BARCO

Cierto día, con su compañero el Hermano Nicolás, se embarcó en un navío que subía el Sena y en el cual se amontonaban gentes de toda condición y, para colmo, carentes de educación. Eran en su mayoría negociantes y gentes que corrían de feria en feria. Su lenguaje era tosco y destemplado.

Montfort comenzó por colocar el crucifijo en la punta de su bastón. Y luego arrodillándose, exclamó en forma que todos lo oyeran:

– ¡Acompáñenme, todos los que aman a Jesucristo!

Carcajadas y gestos de indiferencia fueron la respuesta a esa invitación. Entonces el misionero dijo al Hermano Nicolás:

– ¡De rodillas, recemos el rosario!

Una vez recitadas las primeras cinco decenas, renovó la invitación a todos. Nadie se movió, pero los gritos se fueron calmando poco a poco. Montfort y su compañero prosiguieron la plegaria. Terminadas las segundas cinco decenas, el misionero con voz persuasiva y como transfigurado, repitió una vez más la invitación a orar. La «pandilla» se dio por vencida, y, uno tras otro, todos se postraron y respondieron a la recitación del rosario.

Al final, escucharon también con respeto la palabra de Dios.

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