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57. UNA DAMA QUISQUILLOSA

Durante una de las últimas predicaciones de la misión de La Sallertaine una señorita distinguida entró en la Iglesia y permaneció allí en actitud poco respetuosa. Montfort le pidió que observara mejor compostura. Ella, enfurecida, salió de la Iglesia y corrió a contar a su madre lo acaecido. Esta fue a esperar al misionero en la plaza pública para insultarlo y apalearlo. Él, que tantas veces no había temblado ante el puñal de los asesinos, tuvo compasión de aquella mujer y sin alterarse le respondió sencillamente:

– Señora, yo he cumplido con mi deber, su hija hubiera debido hacer otro tanto.

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