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55. EL EMBAJADOR

Entre tanto en la plaza había cesado el alboroto. Pero el triunfo no era aún completo. Contaron a Montfort que uno de sus adversarios más encarnizados era un rico caballero de la población. Persuadido de que su casa era el centro de la resistencia, el misionero se dirigió allá llevando consigo agua bendita. Apenas llegó, por todo saludo, roció la sala del primer piso donde el dueño de casa se hallaba reunido con toda su familia, y colocó sobre la chimenea su crucifijo y una estatuita de la Virgen. Luego se arrodilló y recitó una oración.

– ¡Bien, amigo mío! –exclamó poniéndose en pie–, crees que he venido por mi propia voluntad. No señor, Jesús y María me envían. Soy embajador de ellos, ¿no quieres recibirme de parte suya?

– Aquí estoy, respondió el rico señor. Y siguió a Montfort a la iglesia junto con toda su familia.

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