5 mitos y verdades sobre la «oración perfecta» (todos hemos caído en el #4)
A la hora de relacionarnos con Dios a través de nuestra oración, hay diferentes ideas que podemos tener o que hemos escuchado de alguna persona.
Aquí intentaré esclarecer algunas de las más comunes.
1. Depende de la cantidad y calidad de mis palabras que Dios me escuche
Bueno, esta puede ser una de las ideas que más trasfondo intelectual puede tener. Una idea que se basa en la mala comprensión de que debes ser muy intelectual o conocer, de manera filosófica, los grandes misterios de la fe, para que Dios te escuche.
¡Esta idea no puede ser más equivocada! Sí, es bueno que conozcamos nuestra fe, que nos esforcemos por conocer, por acercarnos al misterio y podamos, si es necesario, defender de las malas comprensiones que pueden tener algunas personas.
Pero esto no es importante cuando nos relacionamos con Dios. Él no quiere que le hablemos haciendo tratados teológicos, sino que le hablemos como hijos. Que le hablemos como sus hijos amados, que estamos recostados sobre su pecho.
Es claro que Él quiere que lo conozcamos para que, conociéndolo, lo amemos más y mejor. Pero el amor que Él tiene por cada uno de nosotros no depende de lo mucho que sepamos o que hayamos estudiado.
El amor que Él nos tiene brota del simple hecho de que Él nos ha creado y desea amarnos. Nos ama de manera gratuita y solo quiere que lo elijamos libremente.
En el Evangelio de san Mateo 6, 7-8 nos recuerda:
«Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran, que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo»
2. Me debo esforzar al máximo para que mis oraciones lleguen a Dios
No es cuestión de fuerza, de insistencia o de gritar mucho. Nada – recuerda, nada – depende solamente de tu esfuerzo. No estás en el mundo por tu propio esfuerzo, no tienes los padres que tienes por tu propio esfuerzo. La conversión de tus familiares y amigos no depende de tu propio esfuerzo.
Ten en cuenta la frase «haz todo como si dependiera de ti y confía sabiendo que todo depende de Dios».
Esta es la dinámica que debemos tener en todo en nuestra vida y también en la vida de oración. No es simplemente decir «cómo Él ya sabe lo que necesito, ¿para qué hablo con Él?».
Él quiere que le hablemos, que le presentemos nuestras necesidades de manera confiada. Que conversemos con Él, como con un amigo, como con nuestros padres, como lo hacemos con una persona que sabemos que nos ama y que quiere siempre nuestro bien.
3. Si rezo todos los días… prácticamente, ya soy santo
Bueno, rezar sí te une a Dios. Sí, te va configurando con Él y con la voluntad que Él tiene para ti. Ninguna oración es infructífera. Así es el amor de Dios: toma lo poco que le damos y lo transforma, lo multiplica.
Es claro que algunas disposiciones nuestras hacen que la oración no sea la mejor: falta de sinceridad, orgullo o soberbia. La oración del fariseo «mírame lo bueno que soy, no soy como este o aquel».
Dios sigue escuchando al fariseo y lo sigue amando, pero el fariseo no deja entrar el amor de Dios, la transformación que Él quiere para su hijo.
Dios nos ama a todos y quiere que seamos santos. Para serlo, debemos ser sinceros delante de Dios. Reconocer nuestros errores, pedir perdón por nuestros pecados. Aquel que se siente perfecto cree que no debe mejorar y no lo hace.
Dios no nos obliga, Él nos deja en libertad. Así que debemos dejarnos caer en las manos de Dios y permitirle hacer la obra que desea. Para eso es necesario que seamos humildes.
4. Si estoy en pecado, ¿para qué rezo? Igual Dios no me va a escuchar
Esto está en absoluta relación con lo que hemos hablado anteriormente. Dios nos ama a todos y desea ter una relación con cada uno de sus hijos. Él escucha a todos, tanto a justos como a pecadores, pero me imagino que se debe alegrar muchísimo cuando un hijo que no le habla hace mucho tiempo finalmente vuelve.
Recordemos al hijo pródigo y cómo el Padre misericordioso siempre esperó su regreso. Sí, el hijo mayor siempre estaba y el Padre lo amaba y lo escuchaba. Pero su corazón se llenó de alegría al ver, a lo lejos, que ese hijo que estaba perdido volvía a casa.
Si estás en pecado, regresa, pide perdón, confiésate y vuelve a empezar. El Señor estará feliz y habrá una fiesta en el Cielo cada vez que lo elijas a Él.
5. Si le pido a Dios con fe, siempre me va a dar lo que pido
Esta frase la he escuchado mucho y me duele pensar en la cantidad de veces que las personas se alejan de Dios porque no les da lo que piden. Cuando mi mamá se enfermó, le pedí tantas veces y con tanta fuerza que hiciera un milagro, que la curara y hoy —no te miento— sé que no hay nada imposible para Él y le pido volverla a ver.
Después de tanto pedirle, de estar horas arrodillada frente a Él, mi mamá, de igual manera, murió. No te voy a decir que es fácil aceptar la voluntad de Dios, pero sé que Él tiene un plan perfecto y que la volveré a ver en el Cielo.
No siempre obtendremos de Dios la respuesta que deseamos, pero podemos estar confiados en que Él nos está escuchando y dando justo lo que necesitamos.
Si conoces algunos otros mitos, o has escuchado alguna otra idea que no tienes muy clara, déjalo en los comentarios, ¡me encantaría leerte! Espero que tus ideas nos ayuden para crear una segunda parte de este artículo 😉
Fuente: https://catholic-link.com/oracion-dios-mitos/