129. «VAMOS, VAMOS, AMIGOS…»

La noticia de su grave enfermedad hizo acudir gentes de todas partes.
En pequeños grupos entraban a su cuarto. Se oía sólo la respiración ansiosa del moribundo. De repente se sentó y con el crucifijo, fiel compañero suyo en todas sus misiones, bendijo a los presentes.
Recogió sus últimas fuerzas y entonó uno de sus cánticos.
Con corazón contento y rostro alegre,
vamos, amigos, vámonos al cielo;
por más que en este mundo atesoremos,
el cielo vale más.
Luego rechazó al demonio tentador:
– En vano me asaltas: estoy entre Jesús y María. He terminado mi carrera. ¡Ya no pecaré más! Y se durmió plácidamente en la muerte de los justos. Era el 28 de abril de 1716. Tenía 43 años.