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127. LA MISA DE UN SANTO

Durante una breve estadía de Montfort en el seminario de Lucon, una mañana, el monaguillo observó que durante la misa, apenas pasada la consagración, el santo se quedaba inmóvil, con las manos juntas, interrumpiendo la celebración. Pensó el ayudante que se trataba de una distracción, e intentó llamarle la atención al celebrante desde una esquina del altar. ¡Inútil!

El misionero parecía privado de los sentidos, absorto en una visión celestial.

El seminarista abandonó la iglesia y salió a contar que hacía más de media hora que Montfort había llegado hasta la consagración, pero que a partir de ese momento se había detenido y que él no sabía si el celebrante estaba vivo o muerto. Enviaron a la capilla a otro seminarista que encontró al celebrante en la misma actitud y se vio obligado a tirarlo del borde de la casulla para hacerlo volver en sí. El misionero había pasado tres cuartos de hora en éxtasis

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